La Corresponsal Rockera
Barón Rojo – Larga vida al Rock & Roll – 1981
GRUPO: Barón Rojo
TÍTULO DEL ÁLBUM: Larga vida al Rock & Roll
AÑO: 1981
EL NACIMIENTO DE UN MITO
Corría el año 1981 y yo aún no tenía del todo claro qué iba a hacer con mi vida, pero sí tenía claro lo que quería escuchar. Y en España, en plena resaca de la Transición, el rock era todavía una criatura en pañales. Estaban los progres, los sinfónicos, los guateques… pero hacía falta algo más crudo, más contundente. Algo que nos despertara a base de guitarrazos y nos hiciera gritar con el puño en alto. Y entonces, de repente, llegó Barón Rojo con Larga Vida al Rock & Roll, y todo cambió.
Barón Rojo no salieron de la nada: los hermanos De Castro venían de Coz, donde ya habían demostrado que sabían darle a la guitarra con potencia y sin concesiones. Pero ellos querían algo más, algo más duro, más crudo, más puro. Reclutaron a José Luis Campuzano «Sherpa» y al uruguayo Hermes Calabria y, como quien dice, prendieron la mecha. El nombre de la banda proviene del apodo del aviador alemán Manfred von Richthofen , conocido popularmente como Barón Rojo. Fichados por Chapa Discos, se metieron en los estudios Escorpio de Madrid con un presupuesto que daba para lo justo, pero con la energía de quien está a punto de cambiar la historia. Y vaya si lo hicieron.
Recuerdo la primera vez que lo escuché como si fuera ayer. Un colega del barrio apareció con el vinilo recién salido del horno y nos encerramos en su cuarto a darle una primera escucha. En cuanto sonó la primera nota de “Larga Vida al Rock & Roll”, supe que esto iba a ser otra historia. La guitarra de Armando de Castro entró como un relámpago, y la voz de Sherpa, con ese tono desafiante y callejero, me hizo sentir que alguien por fin hablaba mi idioma.
Como ya os conté en una crónica anterior, por aquella época, mi madre decía que me juntaba con la chusma. “Gente con pelos largos y vaqueros rotos”, me decía con un suspiro. Pero lo que ella no entendía es que ahí, entre esas chupas de cuero y esas litronas compartidas, estaba mi verdadera familia. Y nuestra Biblia era este disco.
Cada canción era un puñetazo en la mesa. “Con Botas Sucias”, preferida de Vicente Esplugues, fue nuestra manera de decir que ya estábamos hartos de que nos miraran por encima del hombro. Era una bofetada a la hipocresía, a los que se vendían por cuatro duros mientras nosotros seguíamos luchando por lo nuestro. Las siglas del tema aludieron a la compañía discográfica CBS, sello que editaba los discos del anterior grupo de los hermanos de Castro, Coz.
Luego venía “El Presidente”, que en un país donde aún nos estábamos acostumbrando a la democracia, sonaba como un misil dirigido a los despachos de los que seguían mandando. Cantábamos con el alma “Los Desertores del Rock” como un juramento de lealtad a nuestra música. Nadie nos iba a domesticar. Nadie nos iba a decir lo que debíamos escuchar.
Y el disco seguía repartiendo leña sin descanso. “Chica de la Ciudad” era ese himno que todos los que habíamos soñado con una historia de amor y carretera queríamos dedicar. Todo el álbum era una bomba que explotaba en la cara de un país que aún no sabía lo que era el verdadero rock.
Cuando Barón Rojo empezaron a despegar, con conciertos cada vez más grandes y giras que les llevaron fuera de España, nosotros sabíamos que habíamos ganado. El heavy en este país ya no era cosa de cuatro gatos. Se había convertido en un grito generacional. Y sí, mi madre seguía sin entenderlo, pero yo no podía sentirme más orgullosa de formar parte de aquella tribu.
Han pasado los años, pero cuando suena Larga Vida al Rock & Roll, sigo sintiendo lo mismo que aquella primera vez en la habitación de mi colega. Porque hay discos que no son solo música. Son banderas, son trincheras.
La Corresponsal Rockera