«Capitán Haddock»
The Killers – Hot Fuss – 2004
GRUPO: The Killers
TÍTULO DEL ÁLBUM: Hot Fuss
AÑO: 2004
Señor Optimismo
Con el finiquito de mi anterior trabajo del que me fui sin pena ni gloria, como de tantos otros sitios, algo ahorrado no sé de dónde y la miseria que pagan aquí por artículo, me lie la manta a la cabeza y, de todos los lugares maravillosos que hay en este mundo, se me ocurrió ir a conocer el Mid-west norteamericano. Nada más y nada menos.
Había entrado en contacto con un tal H a través de un conocido común, exmilitar estacionado en Europa y ahora dedicado al whisky y a las apuestas deportivas, y tras un intercambio de mails sorprendentemente breve me invitó a visitarle a su casa en mitad de la nada. Me temí alguna encerrona de un freaky-redneck con un sótano como el de El silencio de los corderos o un ambiente helado tipo Fargo pero acepté con tal de ahorrarme un puñado de dólares. Ese era mi estado de ánimo y, sobre todo, el de mi cartera. Para llegar tuve que pasar horas y muchas millas en autobuses Greyhound a los que no queda nada del romanticismo viajero Into the wild que se les supone, y en donde era casi el único caucasian, aunque no sea de Georgia como Ilia Topuria. Y es que lo de hispano aquí no me lo aceptan las autoridades. En fin.
Cualquier aprensión que habría podido tener con el chiflado este de H se borró de golpe al llegar a su casa, o mejor dicho, a su enorme granja de maizales. Me presentó a su mujer, L, con la que empezó a salir en junior high, y a sus 4 hijos que eran adorables. Eran la típica familia americana que me recibió como si me conociera de toda la vida. Compartieron todo lo que tenían, productos de la tierra y grandes cantidades de refrescos de cereza. Me aceptaron a pesar de no entender del todo qué coño hacía yo en esos parajes tan alejados de las rutas turísticas mundiales. Ni yo tampoco lo sabía. Ni siquiera lo entiendo ahora cuando veo las fotos de las cenas en la granja rodeado de la familia sonriente, debajo del enorme reloj que presidía la pared de la cocina.
Conducimos por la zona en el viejo pick-up familiar. Enormes extensiones planas con carreteras rectilíneas sin fin cortadas con escuadra y cartabón. Solo los grandes graneros y silos cortan la vista en el horizonte. H saluda a algunos, pocos, coches con los que nos cruzamos. Me tuve que aguantar las ganas de tirar los buzones de la carretera con un bate de béisbol como en Cuenta conmigo.
Un día salimos a beber cervezas con H y sus amigos al único bar de la pequeña ciudad. Había un juke-box, carteles luminosos, el clásico billar con luces bajas y parroquianos acodados en la barra bajando jarras o bourbon. Invité a una ronda sin darme cuenta de que había invitado a todo el bar, que me lo agradeció calurosamente. En signo de amistad, un tipo me habló de cosas de España, preguntándome si había conocido a Severiano Ballesteros. Por supuesto que le dije que sí, pese a no haber tocado un palo de golf en mi vida.
Otra noche habían preparado una barbacoa. Vinieron más amigos cargadísimos de six-packs de cerveza. Todos llevan gorra menos yo. Alrededor del fuego, se habla de la vida en el pueblo, de la cosecha. No todo parece irles bien. Recuerdan también otros tiempos y viejos amigos. A pesar de la distancia, y de lo diferente de nuestro pasado, nos une inmediatamente la música americana de los 90s, que se escucha de fondo. Nos hemos criado mamando de las mismas ubres musicales.
Conozco a D y a K, que había sido cheerleader del equipo de la universidad, que tuvo que dejar al quedarse embarazada. Simpática y llena de energía, la que tuvo retuvo, se empeñó en que teníamos que ir a ver al día siguiente el partido de los Michigan Wolverines, su equipo de fútbol americano, y en llevar al “Spanish friend”, no obstante la distancia conduciendo hasta Ann Arbor en Michigan. Me dijeron además que iban a llamar a una chica española, C, que describieron como “sooo nice and such a beauty”.
Y allí nos fuimos. Sigue la buena música en el coche y un desparrame de comida y bebida al llegar, como si no fueran a probar bocado en una semana. H va cargado de petacas de tequila que liquidamos en el parking antes de entrar al estadio. A pesar de mis ligeras protestas, nos vestimos de amarillo y negro como un enjambre de abejas. K ríe dejando ver unos dientes blanquísimos. Nos sumergimos en un mar de gentío. La mayoría son estudiantes. La gente se abraza a mi alrededor casi sin conocerse. No entiendo nada, pero me da igual. Me dejo llevar.
Y de pronto empieza un riff de guitarra familiar por megafonía. ¡No puede ser! Mi cerebro me acelera los latidos, activa la sonrisa y me recuerda la letra, así que me uno a los que cantan alrededor mío como un poseso.
Coming out of my cage
And I’ve been doing just fine
Gotta gotta be down
Because I want it all
It started out with a kiss
How did it end up like this?
It was only a kiss, IT WAS ONLY A KISS
Y la apoteosis llegó cuando, de pronto, se para la música y 107.601 voces siguen cantando a cappella a pleno pulmón, con el cuello hinchado y los ojos desorbitados como si en el estadio, en Ann Arbor, en Michigan y en todo el Mid-west norteamericano se fuera a acabar el mundo justo en ese preciso i-n-s-t-a-n-t-e:
BUT IT’S JUST THE PRICE I PAY
DESTINY IS CALLING ME
OPEN UP MY EAGER EYES
‘CAUSE I’M MR BRIGHTSIDE
Para Cristina (“C”), fan número 1 de los Killers, que creo que fue de las que más cantó