«El espía de VinylRoute»
Malevaje – Margot – 1986
GRUPO: Malevaje
TÍTULO DEL ÁLBUM: Margot
AÑO: 1986
DISEÑO: Antonio Bartrina
Algún momento del segundo año en la universidad, a mediados de los felices 80. Una compañera de clase cumple años, y un amigo del colegio y yo le regalamos una cinta de un grupo de moda, probablemente La Frontera, pero la memoria es borrosa… No hay presupuesto, así que la cinta es una copia grabada vía doble pletina, pero para personalizar el regalo de algún modo mi colega y yo rellenamos los minutos sobrantes de cinta con una grabación al aire. Los dos cantando sin pudor con una guitarra española muy poco afinada y ayudados por una generosa cantidad de cervezas. La canción elegida: «Tu recuerdo y yo» o, como nosotros la llamábamos, «la rancherita», corte con el que finalizaba la segunda cara del segundo vinilo de Malevaje.
Por aquel momento en la mítica revista «La Luna de Madrid» se publicaba un sesudo artículo que disertaba sobre cómo el tono de devastador desengaño del tango argentino se había anticipado en casi un siglo al nihilismo autodestructivo del «no future» setentero. Y al mismo tiempo cantautores tangueros de toda la vida, oriundos de Argentina, se burlaban del «tango analfabeto» señalando sin señalar al nuevo grupo de «advenedizos» de la portada que nos ocupa para luego encontrarse en sus conciertos con que el público en sus recitales les pedía apasionadamente canciones que habían conocido… en los discos de Malevaje.
¿Quiénes eran estos «macarras» que daban pie a tanto revuelo? Yo no lo sabía muy bien. El reciente cierre de la sala Rock Ola había propiciado la celebración de conciertos en pubs pequeños, donde los asistentes casi podíamos tocar a los músicos, y, por la apertura de miras que reinaba en la época, estábamos predispuestos a dejarnos sorprender con propuestas que se salían de nuestros gustos habituales. Ahí nos tenías de repente, lo más granadito de las tribus urbanas, escuchando tangos…
Y no nos lo hubiéramos perdido por nada del mundo. No sólo por presumir de que hacíamos algo «diferente» yendo a esos recitales, «fusión» de milonga y chulería castiza, sino por el suspiro de admiración contenida que llenaba las salas, como si todos nos hubiésemos quedado a la vez sin aire, cuando salía la chica, la bailarina… Virginia Díez, que así se llama, inundaba el local como una fuerza de la naturaleza añadiendo a la ya de por sí dispar mezcla de canciones argentinas tocadas por músicos madrileños de la movida una danza de puro nervio y pura sensualidad en la que se juntaban pasos del tango, del chotis, y del flamenco como si fuera lo más natural del mundo. La leyenda dice que se unió a la banda colándose, por no tener invitación ni entrada, por las cocinas de un conocido hotel en el que tocaban durante una fiesta organizada por la mencionada revista «La Luna» y haciendo un inesperado baile espontáneo en medio de la actuación. Y era un imán para la atención de todos los presentes que, literalmente, no podíamos dejar de seguirla con la mirada para, si alguien nos reclamaba para lo que fuera, contestar «calla, que estoy enamorao…» Porque en aquellos espacios reducidos no podíamos evitar sentirnos afortunados de poder afirmar con rotundidad que, por mal, mal, que fueran todas las cosas que podrían estar por venir (porque entonces todavía eran las «cosas por venir» en lugar de «las que se fueron») ya nada ni nadie nos quitaría el privilegio de haber asistido a un espectáculo tan sencillamente hermoso. El cantante, Antonio Bartrina, solía bromear anunciando su aparición con que los que estábamos a pie de escenario corríamos un severo riesgo de tener un encontronazo con el imparable movimiento de sus esbeltas piernas. Y los aludidos no podíamos sino anhelar inconfesablemente poder contar a nuestros nietos que en su día fuimos golpeados por los tacones del pibón que tocaba las castañuelas con los Malevaje…
El «pibón» es la figura protagonista de la portada del disco «Margot». Ni ésta ni la trasera están acreditadas, pero alguna fuente dice que la foto delantera es del propio Antonio Bartrina (lo cual es creíble pues ejerció de fotógrafo profesional en su día) mientras que la segunda ocasionalmente se atribuye al reconocido y premiado Alberto García-Alix (fiable también, pues era amigo de los miembros del grupo y una presencia constante en sus primeros conciertos). A partir de este segundo disco la carrera de la banda comenzó un imparable ascenso hacia la profesionalización. Ya no era una broma entre rockabillys curtidos en el legendario garito «El Salero» que venían de practicar en sus formaciones de procedencia exóticos sonidos provenientes de las inglaterras, como el psycho-billy visceral de Los Coyotes (Fernando Gilabert al contrabajo) o el gothic-punk de los primeros Gabinete Caligari (Edi Clavo a la percusión) y de ensayar su fusión con ritmos latinos y sangres españolas. Los puristas que se reían de su «tango analfabeto» acabaron otorgándoles su reconocimiento en festivales internacionales especializados. Su tango ya tenía el virtuosismo técnico requerido para el visto bueno del público «connaisseur» de los teatros serios. Bien por ellos, aunque, como suele pasar, parte de la hinchada original nos descolgásemos por el camino.
Y, como también suele pasar, uno descubre, tarde, pero para buena dicha, que no lo sabía todo. No fue hasta hace pocos meses (o décadas más tarde según se mire) que supe por un inesperado rebote a tres bandas que la bailarina que me cortaba la respiración no había salido de la nada. Mi amor platónico resultó ser una punkarra de armas tomar, militante en la banda seminal del mundillo punk de Madrid las Pelvis Turmix. Una oscura formación de cuya historia sólo se conservan un par de fotos (una de ellas tomada en la sala Rock Ola en el año 81 por el inevitable Miguel Trillo) y el dato de que compartieron cartel con las autodenominadas «hornadas irritantes» (Sindicatos, Derribos, Glutamatos y demás amigos norteños). Acaso unas «riot grrrls» de un año antes de que las Vulpes nos volasen la cabeza con el concepto y de más de una decada anterior a que importásemos el término de los USA.
Y con el pasado también supe de su devenir posterior, con una larga y fructífera carrera en el mundo de la danza y la coreografía que los curiosos pueden fisgonear en su página de la cosa esa del cara-libro. Recientemente también se ha sabido de ella por su muy especial colaboración en el libro «Sol y Sombra», biografía de Los Rodriguez, en el que pone «voz» al guitarra «tequilero» Julián Infante, del que fue pareja durante parte de los años 90, siendo testigo de primera mano de la eternamente inconclusa batalla con la heroína y con el sida que mantuvo hasta el final de sus días.
Por su parte Malevaje sigue al pie del cañón, con formaciones que han ido cambiando con los años pero con el incombustible Bartrina siempre al frente. Incidentalmente, la grabación casera de su canción que mi amigo del colegio y yo hicimos para la compi de la facultad también se conserva… ¡lejos del alcance de todos!
Pedro Fernández
Magnífico el comentario de P.Fernández. Aparte del pop español de los 80 y 90 , el tango , la copla y los corridos (narcos incluidos) son los 3 géneros que mas me gustan. Imposible olvidar esos garitos enanos llenos de humo que dice Pedro donde tocaban Malevaje y compañía.
Este disco en concreto es absolutamente brutal. Lo voy a escuchar ahora mismo.
Gracias por traerme tan buenos recuerdos.
Pues buena elección para la reseña…y la misma, a la altura de la elección. No se hizo mucha justicia ni con MALEVAJE ni con LOS COYOTES, que compartieron a Fernando Gilabert. Víctor Coyote, excelente músico, excelente ilustrador y más que interesantes sus libros (CRUCE DE PERRAS muy ,muy leible)-. Bueno, resumiendo, me alegra leer un comentario a un álbum así. Felicidades Pedro. Ya hubiese querido estar yo estar en ese concierto de MALEVAJE y PISTONES del que muestras la entrada. HOY SI.
Grande, Victor Coyote, Aparicio y Abundancia. Y grande su Cruce de perras ¡sí señor! 🙂
Yo no he escuchado apenas nada de Malevaje, pero con esta gran crónica seguro que escucho algo y creo que me gustará. Gracias Pedro por hacernos recordar a un grupo del que escuché muy poco y ahora me han entrado las ganas de re escucharlos.