La corresponsal “Ojos de gata”
U2 – War – 1983
GRUPO: U2
TÍTULO DEL ALBUM: War
AÑO: 1983
FOTOGRAFÍA: Ian Finlay
DISEÑO: RX
Últimamente, escucho mucho War de U2, y no porque el grupo sea uno de mis favoritos, que lo es, ni porque sea el disco que más me gusta de la banda, porque no lo es. Siempre he preferido The Joshua Tree. En primer lugar, porque la gira del disco fue mi primer concierto (empecé fuerte), y disfruté como una loca; julio de 1987, estadio Santiago Bernabéu, artistas invitados Big Audio Dynamite, UB 40 y The Pretenders… perdona, ¿invitados??, creo que no me he visto en otra igual. En segundo lugar, porque a la tierna edad de 16 años, cuando les descubrí gracias a ese disco, caí secreta y platónicamente enamorada de Bono, hasta las trancas. Ya se me ha pasado.
De War me quedo con dos canciones calificadas como verdaderos himnos reivindicativos, Sunday Bloody Sunday, con la que Bono encendió el concierto del Bernabéu ondeando una gran bandera blanca y encaramándose a lo alto de una torreta, y New year’s day, por algo que me sucedió hace ya unos años. El mes pasado, estaba haciendo limpieza en el Gmail, y di con un correo que casi tenía olvidado. Volví a leerlo y hoy os traigo su contenido porque me apetecía compartirlo. Ese mail acabó en mi bandeja sin ser yo la destinataria, al menos no lo era en la intención de quien lo escribía. El remitente era una tal Helena y el asunto decía “New year’s day”. Al principio, estuve a punto de mandarlo directamente a la papelera porque pensé que podía ser spam, pero me hizo gracia el título y lo abrí. Decía lo siguiente:
El año que nos encontramos por azar en aquella fiesta de nochevieja en el Cool, llevábamos mucho tiempo sin saber nada el uno del otro, pero casi sin querer, despertamos juntos el día de año nuevo. Años atrás, la escena se había repetido, pero de forma intencionada, en unas cinco o seis ocasiones, y todas con idéntico resultado. A cada encuentro, le sucedía la nada más absoluta.
El caso es que, por más que lo intentemos, no conseguimos nunca alejarnos del todo, sabes que hay algo que nos une y nos separa a la vez. La atracción es innegable. Pero asusta, porque puede poner nuestros mundos del revés. Entonces, llega el momento de la huida. El día de año nuevo no fue diferente, lo parecía, pero no. Después, han vuelto a pasar ¿cuántos? ¿cuatro años?, cuatro años sin tener muchas noticias tuyas, alguna cosa en redes, alguna foto desde el Camino de Santiago, y algún «te echo de menos» con unas cañas de más. Todo muy nosotros.
Ahora que, gracias al proyecto de Estambul, volvemos a encontrarnos, me contactas primero por correo, muy formal todo, pero no pasa más de una semana cuando ya me estás llamando de nuevo, y como si hubiéramos hablado todos los días, vuelve a establecerse la misma conexión. Me dices que tienes ganas de verme, que te mueres por volver a estar conmigo, que si te echo de menos, que si me gustaría volver atrás en el tiempo, que si… Me dices muchas cosas que me gusta escuchar, pero yo no quiero escucharlas. Ahora ya no.
Me preguntas si me acuerdo de lo que vivimos juntos, pero sobre todo si pienso alguna vez en lo que no vivimos. Que si pienso… Al poco de conocernos, me dijiste «regreso a mi país», y dejaste un momento en suspenso la siguiente afirmación, la pantalla en blanco, el cursor parpadeando… «me caso en dos semanas». En ese momento te juro que pensé que era broma, que como otras tantas veces me estabas tomando el pelo, pero insististe y tuve que creérmelo. «No entiendo nada, ¿se te olvidó decirme que tienes novia?». «Bueno, es complicado». «Si, tiene que ser complicado de cojones…» Que si pienso en lo que no vivimos… Llevo veinte años pensándolo, después de aquel disparo a bocajarro, empecé a imaginar lo que nunca viviríamos.
El día que nos conocimos en aquella cita a ciegas, yo te llevé un libro con una dedicatoria que no recuerdo, tú no tuviste narices de llevar la flor en la solapa con la que bromeábamos por el chat, normal, bastante vergüenza daba conocerse en carne y hueso. Nos lo pensamos mucho, pero finalmente nos arriesgamos a quedar. Y la apuesta salió bien, muy bien, demasiado bien…
Pero de repente, te veía como otra persona, ese chico alegre y divertido, con un cachondeo inusual para venir del norte de Europa, con el que había surgido un nivel de complicidad impensable a través de la Red, y que después llevamos a nivel máster en nuestros encuentros sin red, volvía a ser un completo extraño. Y maldije el libro, la dedicatoria, y la flor que no llevaste, y ese primer día, y hasta el azul de tus ojos. Después, llegó la desconexión, el silencio absoluto, los dos sabíamos que eso había sido una despedida, aunque lo último que me escribieras fuera «volveré a estar contigo de nuevo».
Que si pienso en lo que no vivimos… Sé que esperas que te conteste algo mucho más banal, que pueda hacer más excitante y novedoso nuestro próximo encuentro, pero yo te voy a decir lo que no vivimos. Nunca viajamos a ningún lugar, ni una triste excursión, ni mucho menos cogimos un avión o un barco. Nunca fuimos juntos a elegir muebles a Ikea, ni los montamos, ni nos partimos de risa buscando dónde encajar el tornillo que nos había sobrado. Nunca compartimos amigos, ni salimos con ellos de fiesta o a cenar, ni jugamos largas partidas de trivial o de futbolín en algún bar. Nunca conocimos a nuestras respectivas familias, ni les invitamos a ver la casa (que nunca tuvimos) ni pasamos la nochebuena con la mía y la nochevieja con la tuya, ni al revés. Nunca formamos una familia, ni tuvimos un perro, ni compartimos ordenador, ni plantamos una tomatera en el jardín, para que luego le atacara el pulgón y tuviéramos que arrancarla… Nunca fuimos a un concierto de U2, como tanto deseábamos. Pero tú siempre lo cumples, «volveré a estar contigo de nuevo», dijiste. Porque así es una y otra vez, como el día de la marmota, solo que en esta peli nada cambia al día siguiente.
Por cierto, tampoco disfrutamos nunca de una noche de sábado con palomitas y nuestras películas favoritas, mientras por debajo de la manta me calentabas los pies… y hasta el alma… Podría seguir enumerando cosas, pero como sería absurdo morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca, prefiero quedarme con las cosas que vivimos. Por eso, te mando dos entradas para el concierto de U2 en Barcelona, ha sido un milagro conseguirlas y te aseguro que no han sido nada baratas, tómalo como un último regalo. Creo que con quien debes ir, es con la persona con la que sí has compartido aquello que a mí no me diste.
Helena
Ya, que si me las quedé ¿no?, eso creo que al final es lo de menos, pero la respuesta es fácil, a Helena le iba a venir bien finalizar aquella relación de una vez por todas, que es lo que creyó haber hecho, al nórdico nunca le llegaron ni el correo ni las entradas, por lo que viviría ignorante (al menos otros cuatro o cinco años, suficiente para volver a la carga con Helena) y a mí me acababa de tocar la lotería… ¿qué haríais vosotros?
“Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias” (Alessandro Baricco)
Mila García Roldán
Benditas entradas con destinatario equivocado. Que bonito y que triste el correo de Helena y cuántas veces real. Me ha gustado mucho tu crónica Ojos de Gata. Sigue deleitándonos.
Está claro que tienes una sensibilidad especial para ver el mundo con esos ojos de gata…como bien dice Carmen,sigue deleitándonos.
La portada de U2 es un icono.
Ojos de Gata, yo sí sé lo que hubiese hecho::: jamás hubiese mandado las entradas al susodicho y encima para que las disfrutara con otra personaaaaa
Dicho esto, me ha enganchado la historia aunque me hubiera gustado un final más happy.
U2 me encanta y con respecto a Bono, en un tiempo atrás, si me hubiera propuesto matrimonio, quizá hubiese aceptado. Nunca lo sabremos!!!
Enhorabuena por tu crónica «ojos de gata’
Wow, que historia más potente!!!.
Por quedarme en lo superficial, me hubiera quedado con las entradas, que le den al nórdico. Preciosa crónica Ojos de gata.