“Todos tenemos una banda de rock and roll”
Loquillo y Los Trogloditas – El ritmo del garage – 1983
GRUPO: Loquillo y Los Trogloditas
TÍTULO DEL ÁLBUM: El ritmo del garage
AÑO: 1983
FOTOGRAFÍA: Albert
Comienza a sonar la batería y todos reconocemos la canción: El ritmo del garage (sí, con “g” por mucho que el autocorrector se empeñe en clavar una “j”).
Canciones sencillas y precisas. Qué difícil. Son esas que brotan directamente del hígado, el corazón o el alma. Canciones redondas que por eso se han convertido en himnos. Sabino Méndez, de la mano de Loquillo, hizo mucho por el rock and roll en nuestro país.
Que cómo es posible que una persona nacida en Barcelona hiciera suyo un rock and roll clásico, cercano al rockabilly, y rezumara una tradición yanki que no debía tener, es un misterio. Sabino lo supo hacer con una facilidad y credibilidad pasmosa.
Cuatro acordes. Y es que no les hace falta más. Pedazo de disco con himnos como el citado, el Pégate a mí, el Cadillac solitario, María, Quiero un camión, No surf… Todo el disco es genial.
Pero vamos a lo que trae a mi mente oír este disco.
Varios años después de la edición del disco, tuvimos la posibilidad de asistir a un concierto de la banda en el viejo (ahora inexistente) auditorio del madrileño Parque de Atracciones. Salva G. y yo nos preparamos a base de bien. Por esa época, solíamos comprar una botella de DYC (“escucha, patria, mi canción…”) y bebérnosla a base chupitos e el coche. Eso nos llevaba a un estado de gracia que nos permitía desenvolvernos en cualquier situación, ante cualquier chica o, si la noche se daba mal, con las fuerzas del orden. Pues antes del concierto, repetimos el ritual…
Nunca hemos pertenecido a tribu urbana alguna. Es más, Salva G. era el marquitas del grupo. Polo Ralph Lauren le debe parte de su emporio. De cara al concierto, y resumiendo, digamos que nuestro atuendo era demasiado “normal” para las pandas de rockers que llenaban el recinto.
Llegamos. Nos situamos cerca del escenario. Con rockers detrás y delante de nosotros.
En un momento álgido del concierto, con el DYC bullendo por nuestras venas, sonó la batería de El ritmo del garage (sí, con “g”), y nos emocionamos más de la cuenta. Con lo cocidos que íbamos gracias al agua del Eresma, nos vinimos arriba y lanzamos nuestros vasos de cartón hacia el escenario con tan mala puntería que impactaron en el grupo de rockers que teníamos delante. Se volvieron y sin mediar palabra (el instinto de supervivencia y la empatía saltaron al mismo tiempo), Salva G. y yo señalamos al grupo de rockers que teníamos detrás.
Se lió parda. De un manotazo nos echaron a un lado los de delante y pusieron a repartir tortazos a los de detrás.
Un par de rockers hembras que acompañaban a los de delante intentaban poner paz sin mucho éxito. Salva G. y yo, caballeros (y buitres, en idénticas proporciones) donde los haya, recogimos a una de ellas que por mor de la fragosidad del momento había salido despedida y terminó espatarrada en el suelo con su faldita de vuelo años 50. La pobre echaba pestes de su novio y sus amigos. “Todos los fine de semana igual. ¡Estoy harta de peleas!”
Las consolamos. Las sacamos de allí y nos las íbamos a llevar a un bar ya fuera del Parque.
Somos expertos en hacer leña de árbol caído y con nuestra pinta de niños buenos las cautivamos/engañamos y no nos hizo falta ni salir del coche (no era un Cadillac, era un Peugeot 205 Lacoste… ya digo que Salva G. no compra marca blanca ni de papel higiénico). Por esa época, había llegado a nuestras manos un cd de promoción de Los Rosillo que nunca salió al mercado. Los Rosillo eran un excelente grupo que cantaba a capela y había grabado un trabajo con grandes éxitos del pop español. El que nos ocupa era, nada más y nada menos, que el Chica de ayer de los Nacha Pop.
La empatía, de nuevo, y el instinto de reproducción, en este caso, nos llevaron a decir que la versión era nuestra, que teníamos un grupo que se llamaba Prohibido a tocar y que nosotros dos éramos las voces masculinas que se oyen en el disco…
Se lo creyeron. Imagino que ellas también había trasegado lo suficiente como para dar crédito a tamaña absurdez.
Sea como fuere, terminamos amorrados (Salva G. a la suya y yo a la mía), en mitad de la Casa de Campo. La ropa interior se hizo exterior y mientras oíamos a Mecano (super rockers) llegamos a la primera base.
No recuerdo sus nombres. No recuerdo sus caras. Jamás volvimos a verlas. Pero gracias a Dios, tampoco a sus novios.
El dicho “En caso de guerra cualquier agujero es trinchera” llevado al límite de la literalidad.
Insultante e imprudente juventud.
Me ha encantado la crónica , el disco es absolutamente brutal y me emociono cuando oigo a mis hijos aborrescentes motu proprio escuchar el Cadillac Solitario
Es asombroso que el alcohol no haya ahogado la memoria y recordéis vuestra vida crápula.
Rendida estoy
Raquel y yo somos camioneras…
Loquillo un grande. El disco una maravilla. Vosotros un par de mamones aunque me he reído un rato con la crónica. Bendita juventud, sin vergüenza, sin límites. Y «PIJOS» siempre ha habido incluso en un concierto de rock. Gracias VinylRoute.
Desde luego no se puede trapiñar más que Salva g y acompañante.
Pero si en esos momentos de juventudes no se hacen ciertas cosas, cuando se van a hacer… Quizá luego queda un poco más regulero. Imaginarios la historia con 47 años, mal, mál.
De Loquillo que decir? que me encantaba, que me sigue encantando y que me encantará tutta la mía vita.
Me he reído un rato vinylroute, algo que se agradeceeeee