“¡En el cielo sí hay alcohol… y tabaco y crack!”
Pabellón psiquiátrico – La primera en la frente – 1987
GRUPO: Pabellón psiquiátrico
TÍTULO DEL ÁLBUM: La primera en la frente
AÑO: 1987
He muerto. Palmé hace dos semanas. En mi epitafio reza “¡¡Con que hipocondriaco… hijos de puta!!”. Llevaba mal un par de meses. Se lo decía a todo el mundo. Ni puto caso. ¡Cagón! ¡Flojo! ¡Eres un hipocondriaco de libro! Y mi médica tres cuartos de lo mismo: si tan mal te sientes, deja de beber, deja de fumar, haz deporte, come sano, nada de sexo fuera de casa… Vivir no vas a vivir más, pero se te va a hacer mucho más largo. Y tira “pafuera” que hay pacientes de verdad esperando.
Al final, aparecí muerto en el sofá de mi casa con Alerta Cobra en la tele. La autopsia no reveló nada y lo solucionaron con un “parada cardio-respiratoria”. ¡Cojones, qué listos! Seis años de medicina para determinar que me había muerto porque mi corazón dejo de latir y yo de respirar.
Da igual. Allí estaba yo a oscuras esperando una luz hacia la que ir. Nada.
Pasados un cuantos días fui consciente de que estaba en un ataúd y que empezaba a notar cosquilleo en manos y pies y me dije: a ver si voy a ser cataléptico y me han enterrado vivo. Pero no, eran los gusanillos que decidieron empezar a hacer su trabajo por mis extremidades.
Hubieron de pasar unas cuantas jornadas más para que percibiera algo nuevo. Fue como un fogonazo que me sacó de mi abotargamiento. De repente, estaba fuera del ataúd, elevándome hacia la parte alta de la atmósfera. Me acompañaba lo que quise entender que era un ángel con, eso sí, unas tetas descomunales; parecían dos cabezas de enano. Me comentó que habían tardado un poco en reclamarme porque no se ponían de acuerdo sobre si debía ir para arriba o para abajo.
Pasada una gran nube, a la derecha, apareció una carretera desde la que se vislumbraban unas construcciones bajas como a un par de kilómetros. La tetona, con cierta desgana, me dijo: tira pallá y habrás llegado a tu destino.
Me puse andar y, a medida que me acercaba, descubrí un bar que era La hostia. Literal. Se llamaba La hostia y estaba al lado de un garito con neones de colores, el María Magdalena. Dudé entre uno y otro, pero al final, me decidí por el bareto para comprobar si Pabellón psiquiátrico tenía razón y en el cielo no había alcohol.
Empujé la puerta y una humareda me dio la bienvenida. Todo cristo fumaba como si no hubiera mañana. Traté de orientarme entre la neblina y me encaminé hacia dónde suponía estaría la barra. Cuán grande fue mi sorpresa cuando vi detrás de esta a Juan Antonio Canta tirando jarras de Mahou como un auténtico poseso. Percibió mi cara de extrañeza y antes de que le dijera nada me espetó: “sí, esta es mi penitencia. Se tomaron a mal la dichosa canción de En el cielo no hay alcohol y estoy de camarero per sécula seculórum. ¿Qué vas a tomar?” Le contesté con un movimiento de cabeza mirando la birra y me la sirvió. Me di la vuelta y eché un vistazo en derredor, mis ojos se habían acostumbrado –en parte al menos- al humo. Me llevé la jarra a los labios e introduje la otra mano en el bolsillo. Me econtré un paquete de Kruger y un Zippo y me animé a darles uso. Sí, como ya habréis deducido en el cielo se fuma en los bares. O para ser más exactos: en el cielo hay que fumar en los bares.
Entre chupada y sorbo, centré mi mirada en el escenario… ¡Coño, allí estaba Eduardo Benavente con Carlos Berlanga y Poch trasteando con una mesa de mezclas. Los tres tenían una pinta buenísima.
Unas carcajadas me hicieron mirar hacia una mesa en la que reconocí a Enrique Urquijo, Antonio Vega y a Manolo Tena deshuevados ante unos vasos de chupito y una botella de tequila.
Un poco más allá, jugando a los dardos estaban Manolo Mené, Pepe Risi y Guille Martín. Canito y Pedro Díaz, mientras tanto, flirteaban, claramente, con una real hembra que les reía las ocurrencias.
Flipé. Flipe mucho y bien. Boquiabierto y ojiplático cobré consciencia de que en el cielo iba a estar mucho mejor de lo que pensaba. Y así, medio catatónico, eché en falta a Antonio Flores. Me dirigí a un tipo que tenía a mi derecha -clavadito a Quique San Francisco- y le pregunté por el cantante. Me contestó que estaba superenmadrado y que no pasaba mucho por La hostia. Le agradecí la información no sin que antes me anunciara. “Me llamo Gabriel, pero todos me llaman Sanga. Y si quieres algo, tengo de todo. El mejor crack que hayas probado en tu vida y unas pastillas de colores que te van a encantar”.
Desde detrás de la barra, Juan Antonio Canta me miró con cara de resignación mientras me tiraba otra cerveza.
Si el cielo es tal y como lo describes el infierno debe ser un muermo… seré buena
Este cronista muerto nos va a hacer que nos portemos bien para ir al cielo, sobre todo por eso de poder fumar en los bares, jajajaj. Yo creo que el cronista se ha tomado algo de crack antes de escribir esta hilarante y surrealista crónica. Muy buena, me he reído un montón y solo por eso ya merece la pena.