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“Capitán Haddock”
Pink Floyd – Meddle – 1971

GRUPO: Pink Floyd
TÍTULO DEL ÁLBUM: Meddle
AÑO: 1971

Hace algunos años fuimos un grupo de amigos a pasar un fin de semana a una casa rural. Estábamos casi todos en ese punto de la vida en que, emparejados, nadie se había atrevido todavía a dar el gran salto a la maternidad. El plan era pasear por el bosque, cocinar juntos, divertirnos, charlar y disfrutar del campo en buena compañía. Todo en el papel suena muy bonito y partimos todos, o eso creo, ilusionados con un finde diferente lejos del mundanal ruido. En fín, el mismo plan que ha hecho revivir muchas casas en la España vacía, si bien en nuestro caso la excursión tenía lugar en las Ardenas belgas, que no están tan vacías pero sí que necesitan un poco bastante mucho revivir.

El grupo lo formábamos mayoría de españoles e italianos, junto con una polaca, un holandés y un irlandés. Esta diversidad dio lugar a que cada uno quisiera mostrar lo mejor de la gastronomía de su país. Os puedo asegurar que no pasamos hambre, más bien todo lo contrario. Lo que no me acuerdo es en qué idioma nos comunicamos y ni siquiera se si lo hicimos mucho.

Llegamos al pueblo ya de noche y nos llevamos una pequeña desilusión ante un poblado de aspecto anodino y sin los encantos del tipismo rural que se asocian a la campiña. Eso sí, para tranquilidad teníamos toda la que podíamos desear. Hubiera sido el fin de semana ideal para un cursillo de mindfulness o un retiro espiritual.

Hacía malo como para ir al bosque y en el pueblo no había absolutamente nada que hacer o ver (es decir, no había ni un bar abierto) además de hacer un frío del carajo. No recuerdo habernos cruzado con otro ser humano en todo el fin de semana. Y tampoco dimos muchas oportunidades a los locales (¿Will Smith en Soy leyenda?) porque volvimos a la casa echando leches después de haber caminado la enormidad de unos… 100 pasos.

El dueño de la casa era un tipo campechano que nos mostró su propiedad, bastante amplia y con dos pisos, con cierto orgullo. La joya de la corona era, para él, un jacuzzi que no pegaba nada en una habitación enorme y fría que debería haber sido un garaje o donde se guardaban los animales hace años. Puede que hubiera un poster en la pared de una isla caribeña que todavía daba un aire más tristón. Pero el tipo nos reservaba una sorpresa. Cuando nos dijo aquella frase casi hecha de que podíamos utilizar todo lo que había en su hogar como si fuera nuestro, de repente, añadió: “Y también mi colección de vinilos”. ¡Tachaaan! En cuanto cerró la puerta nos lanzamos a ver que había. El hombre guardaba un tesoro. Una colección que reunía gran parte de la historia del rock and roll de los 70s y 80s. Esa colección era como haber hecho 1° y 2° de BUP de música moderna. Todavía me sorprende que la dejara libremente a cualquier turista de ciudad.

Nos bañamos rápidamente en el jodido jacuzzi, más que nada porque estaba allí y por hacer algo. Habríamos probado también, si nos lo hubieran ofrecido, el juego de la grenouille (rana), el bolo cántabro o el curling. Se llama combatir el tedio o también buscar experiencias, que queda más fino. Creo que hubo también juegos de mesa y un juego de preguntas personales alrededor del fuego. Y es que la chimenea se convirtió en la gran atracción, tanto que mis compañeros casi se peleaban por echar leña convirtiendo la casa en una auténtica caldera abrasadora. Casi valía la pena huir a las calles desiertas a buscar a Will y su perro rodeado de zombies.

Antes de que aquello pasara a ser El resplandor y nos empezáramos a acuchillar por los pasillos nos dedicamos a la vieja ocupación de descorchar botellas y hacer tintinear hielos en los vasos. Menos mal que teníamos un buen arsenal de brebajes entre los que destacaba ese famoso vodka polaco con un bisonte en la etiqueta. Lo había traído K que era por entonces novia de mi amigo D y que venía de ese país centroeuropeo. Y además del vodka, la polaca, una chica encantadora por otra parte, trajo una gata siberiana (menos mal que no fue un bisonte) un poco mal encarada y a la que no hicimos, por lo menos yo, ni caso.

En esas encontré de entre la colección de vinilos una portada de un disco que me era conocido pero que no había escuchado entero hasta entonces: el Meddle de Pink Floyd (1971). La portada tiene un toque inquietante con un primerísimo plano de lo que parece la oreja u hocico de algún animal. Conocía dos muy buenas canciones del álbum. One of these days, tema instrumental marcado por una repetitiva línea de bajo, en que tras un fuerte crescendo musical de entre ráfagas de viento, una voz de loco del batería Nick Mason anuncia, nada más y nada menos, que uno de estos días te cortará en trocitos (muy apropiada para nuestro finde resplandoriano). Me gustaba también Fearless, gran tema con aire folk que intercala el himno del equipo al que el Madrí batió en la reciente final de París. Tras un disco más experimental como el Atom Heart Mother (1970) cuya portada es esta vez una vaca, el Meddle es un puente que va marcando la trasformación de la banda hacia el éxito global del Dark side of the moon (1973).

Me faltaba por conocer algunos temas como la suave San Tropez con su toque jazzy, y Seamus, cancioncilla dedicada a un perro (no es coña) y donde se oyen ladridos del mismo. Syd Barrett no la habría permitido sin añadir algún juego psicodélico. No la pusimos por respeto a la siberiana polaca, a la gata quiero decir. Y A Pillow of winds, canción de amor (¡de Pink Floyd!) a la que la delicada voz de Gilmour y la slide guitar le dan un toque apacible. Acaparé el tocadiscos y, entre las ganas de epatar a mis amigos con algo diferente y los bisontes que ya corrían por mi cabeza como si fuera el bosque polaco de Białowieża, les di el rollo hasta que puse la cara B del vinilo. Una sola ¿canción? Echoes, 23:31 minutos.

Y entonces se abrieron las compuertas. Pitidos como el sónar de un submarino, espacio, melancolía, música de terror, chillidos de albatros, vuelta el espacio y al sónar, la mañana de la Tierra. Y lo sorprendente es que en su complejidad todo tiene al final sentido. Pink Floyd. De las Ardenas a Pompeya en su famoso concierto, solos entre las ruinas o caminando como espectros entre gases volcánicos por las laderas del Vesubio, bajo imágenes de esculturas amenazantes.

Con esa banda sonora y casi todos sudando por el ardor de la lumbre como si estuviéramos también en un volcán, dejamos atrás jacuzzis, jueguecitos, ranas, gatas y perros, y nos dedicamos a los productos polacos con fruición. De hecho, estoy convencido ahora que la foto de portada del Meddle es el hocico de un enorme bisonte.

Y claro, las cosas terminaron como tenían que terminar. Pero hasta ahí puedo leer.

A los que estuvisteis allí (you know who you are) con cariño

5 thoughts on ““Capitán Haddock”
Pink Floyd – Meddle – 1971

  1. La idea de la portada fue diseño del propio grupo, una oreja humana, y hace referencia al tema principal Echoes. Ecos líquidos para el que fue el último «disco líquido» de Pink Floyd, poco antes de que volcaran su interés por el ser humano como ente desprotegido ante un mundo voraz, la locura, la opresión y la injusticia, con eso tuvieron para 10 años más.

  2. Yo había conocido ya los típicos Dark Side, Wish you Were Here, The Wall, Animals, The Final Cut… o los de la época post Waters, pero éste me había pasado desapercibido. Lo conocí durante el confinamiento, durante interminables jornadas de teletrabajo delante del ordenador, acompañado siempre por la música de PF. Es un disco injustamente ignorado, aunque es el germen del fenómeno en que se convertiría ese grupo en años posteriores. Creo que está a la altura del mejor Pink Floyd.
    He disfrutado con tu artículo, capitán. Un 10.

  3. Echoes…. Inmensa…. El amigo Syd nos dejó hace tiempo y siempre pensé que era un yo cualquiera. Nos dejó el extraordinario “the piper at the gates of dawn, LP que pondría en el top10 de mi historia. Un abrazo Capitán.

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