“Hipomaniaco y narcisista”
Green Day – Dookie – 1994
GRUPO: Green Day
TÍTULO DEL ÁLBUM: Dookie
AÑO: 1994
PORTADA: Richie Bucher
Voy a ser sincero. Un Glenlivet con una par de rocas, el paquete de Kruger a mano y el Basket Case de los Greenday en bucle. Creo que ya puedo empezar…
Mi terapeuta dice que soy hipomaniaco. Mi siquiatra que soy narcisista. Y todo, porque me gustan las mujeres. La primera vez que fui al siquiatra debía tener ocho o nueve años. Mis padres estaban preocupados porque me quedaba embobado mirando a las mujeres. Podía estar un par de minutos en trance cuando un espécimen del otro sexo se cruzaba en mi camino. En el colegio tuve la mala suerte de que ese año, en vez de profe tuve profa y mis cinco sentidos se centraban en ella. No atendía a lo que decía sino a cómo lo decía, mis notas bajaron espectacularmente y perdí –creían- mi control de esfínteres, pero no, tan solo no quería ir al baño para no dejar de mirarla. El siquiatra le restó importancia: pueden estar tranquilos, a su hijo lo único que le pasa es que es medio imbécil, pero problemas siquiátricos no tiene.
Ese diagnóstico me acompañó durante toda mi adolescencia y juventud y a los 20 años decidí buscar otra opinión. En la seguridad social no me hacían ni caso, no me derivaban a salud mental ni a tiros y la médico de cabecera me recetó unas cuantas pastillas y punto. Recurrí a las urgencias. Una vez allí, les expliqué que sentía verdadera compulsión por practicar sexo con animales muertos. Funcionó. Desde entonces, y periódicamente, asisto a mis consultas con siquiatra y sicóloga. Como ya he dicho, una me ha diagnosticado como narcisista y otra, como hipomaniaco. No obstante, yo creo que mi problema es diferente y mucho más simple: soy todo amor. Me gustan las mujeres de toda clase y condición, de todos los colores y tamaños. Y no, no cosifico. Cuando la carcasa no es la más bonita, sé encontrar detalles, para mí, cautivadores: un bizqueo recurrente, un hipo inesperado o un eructo no buscado, como se suenan los mocos o la forma de llevarse la jeringuilla al brazo; cualquier cosa puede devolverme a ese trance de infancia que ahora supero en pocos segundos para, a continuación, desplegar todas las tácticas conocidas o improvisadas de cara aprovocar el apareamiento.
Pero repito, no cosifico –aunque sea capaz de enamorarme de una mujer, simplemente, viendo su radiografía-: me gusta descubrir lo que habita en su interior. Y es el momento del descubrimiento el que más me estimula. Me encanta confesarlas y que me cuenten sus miserias. Cuando no les sale espontáneamente, las someto a un tercer grado que ríase usted de la Stasi. Se me dan especialmente bien las mujeres con familias desestructuradas, las que atesoran traumas de infancia y las que su vida es un rosario de fracasos sentimentales. Pero, repito, me gusta bucear en su interior, saber qué piensan, sus gustos musicales, culinarios o literarios (si los tienen), sus incertidumbres y esperanzas, sus idas de olla, lo que beben y cómo lo vomitan (por las que terminan haciéndolo por la nariz, siento una especial cercanía). Y así, van pasando, una tras otra, a engrosar mi listín telefónico.
Mi siquiatra y mi sicóloga buscan el porqué de esta fijación. La primera, además de por lo diagnosticado, lo achaca a las sustancias que consumo aunque para contrarrestar me recete otro tipo de sustancias, en este caso legales. La sicóloga se plantea que todo puede venir por ser el menor de siete hermanas en un hogar repleto de compresas, todo tipo de tampax y toallitas íntimas mentoladas (creo que la sensación es parecida a untarse de Vivaporú el piticlín). Yo les insisto: soy todo amor, no lo puedo remediar. Me gusta darme para que se den. Me gusta desnudarlas física y sicológicamente. Me gustan. Mucho. Y sí, debo reconocer que a dos de mis tres esposas no les hace gracia mi hipomanía, pero… ¡qué le vamos a hacer!
Seguramente tuviste de pequeño una sobresaturación de «Siete novias para siete hermanos»…nada preocupante.
Cronista todo amor, no te entiende ni tu siquiatra, ni tu sicóloga, está claro.
Tu mismo descubres en tu crónica el porqué de tus sin vivires.
Deja que fluyan tus deseos, y todo acabará. Así podrás avanzar a otro momento de vida.
Lo que veo más complicado, es llegar al punto de saber porque te molan las criaturas que al vomitar terminan haciéndolo por la nariz.
Este tema si que me preocupa. No le veo yo el encanto. Quizá soy un poco sosa. Todo puede ser!!
Jajajaja, como una cabrá, eso está claro. El nombre no lo se poner. La crónica me ha resultado hilarante a la vez que repulsiva. Jajajaja