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“¡A mover el rabo!”
Siniestro total – Ante todo mucha calma – 1992

GRUPO: Siniestro total
TÍTULO DEL ÁLBUM: Ante todo mucha calma
AÑO: 1992
PORTADA: Colectivo Engels (wanna wear my red shoes)
CONCEPTO GRÁFICO: Loquilandia
REALIZACIÓN GRÁFICA: Estudio Perez Enciso

Mis resacas siempre han sido muy malas. Desde siempre, desde mi primera borrachera con ocho años. Mi padre me llevaba al bar donde todas las noches quedaba con la parroquia del lugar y me pedía una mirinda. La mirinda se acababa pronto hasta que un día decidí engordarla con todos los culines de cubatas que mi padre y sus amigos dejaban sin apurar. A la siguiente mañana, me levanté fatal. Mal, muy mal, pero seguí repitiendo el ritual abasteciéndome de los restos de esos bebedores más que habituales.

Así estuve hasta los 12 o 13 años, edad a la que mi padre consideró que ya podía pedirme un cubata haciéndome uno más de la pandilla. Mi primer cubata, aún lo recuerdo, era de kascola con gin Lirios (sí, en el bareto solo servían primeras marcas).

Con el tiempo, me tocó hacer lo mismo con mis colegas. El bar era distinto, pero el objetivo el mismo: anestesiar los sentidos, ver el mundo desde otra perspectiva y hacer planes de futuro del tipo “el viernes que viene, nos vamos al depósito de coches a romperles las lunas”.

Mis resacas, ya lo he dicho, eran terribles, pero yo pensaba que siguiendo un buen entrenamiento conseguiría que estas se hicieran más llevaderas. Por mucho que entrené, jamás se dio esa circunstancia. Me levantaba tembloroso, con un horrible dolor de cabeza, escupiendo bolas de algodón y preguntándome como mi padre y sus amigos podían ponerse en pie al alba todos los días e irse a trabajar al astillero. Mi resaca no empezaba a remitir hasta las 12 de la mañana, hora a la que me bebía mi primera caña para equilibrar los electrolitos (esto es una cuestión científica. Punto).

Con 16 o 17 años, nuestros intereses cambiaron; las chicas hicieron acto de presencia en nuestras vidas y otro ritual vino a engordar mi mochila de hábitos. Los viernes tocaba ducha y afeitado, había que salir maqueado por si sonaba la flauta y alguna ninfa nos prestaba atención. Ese momento, el de la ducha y el afeitado, era verdaderamente mágico. Cogía mi casete doble de ‘Ante todo mucha calma’, lo colocaba en la pletina del radio casete mono que situaba encima de la cisterna del inodoro y le daba volumen. El disco abre con el tema de ‘Miami vice’ (¿por qué? No lo sé) y yo ya me ponía en situación: agua caliente en la cara, espuma de afeitar, cuchilla y a imaginar cómo íbamos a triunfar esa noche. Tiempo después leí a Punset explicando lo que era la felicidad. Ejemplificaba con los perros. El instante en el que los canes son más felices es cuando oyen abrirse el saco de pienso y como cae este en el comedero. Es ahí cuando mueven el rabo de puro éxtasis. Dejan de moverlo una vez se ponen a comer. Con el tiempo entendí perfectamente el concepto: sé es feliz cuando se anticipa el placer. Y eso es lo que yo hacía mientras me duchaba y afeitaba a ritmo de ‘Assumpta’, ‘Bailaré sobre tu tumba’ y las treinta canciones que componen esta joya del punk en español. Con ese disco, más la anticipación de las conquistas y el rato que iba a pasar con los amigos, como los citados perros, movía el rabo como un auténtico poseído.

La vuelta a la realidad, a la mañana siguiente, era durísima. Dolor de cabeza, estómago revuelto, escupiendo bolas de algodón y prometiendo ante toda suerte de santos y dioses que no volvería a beber como un camello en un oasis.

Las promesas, dicen, están para romperlas y esa misma noche, sin el ritual del afeitado –no tenía tanta barba como para afeitarme dos días seguidos- con la adrenalina de la anticipación por los suelos, la rompía. El domingo era aún peor que el sábado.

Con los años, las resacas han pasado a ser superlativas, homéricas, y el malestar –la pelota de tenis vibrante en la nuca, el aparato digestivo para pedir un trasplante completo, los temblores de manos y los sudores fríos- ha ido a más. Ahora soy capaz de estar tres días de resaca, a base de ibuprofeno y lexatines, buscando un notario ante el que certificar que no volveré a beber, para, cumplido, el trámite, llevármelo de copas de nuevo.

Lo único que no ha cambiado es que sigo disfrutando de Siniestro total, recordando cuando movía el rabo –ahora la expresión con el rabo entre las piernas ha cobrado sentido pleno- y las ilusiones que por entonces me acompañaban…

Y lo que realmente ha cambiado es que ahora mi canción preferida es “¡Cuánta puta y yo que viejo!”.

One thought on ““¡A mover el rabo!”
Siniestro total – Ante todo mucha calma – 1992

  1. Divertido y genial el artículo. A destacar una frase que me ha alucinado: «sé es feliz cuando se anticipa el placer». Mucho más bonito que el ejemplo de Punset con los perros, aunque en el fondo quiera decir lo mismo. Hay que seguir disfrutando de esa anticipación aunque ya seamos viejunos. Me encantó VinylRoute.

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